La policía ha roto una burbuja en Eldorado (Tejas). Una secta de origen mormón cuyos miembros creen que, fuera del rancho Anhelo de Sión, reina el pecado. Menores forzadas a ser 'esposas' de polígamos. Abusos sexuales. Y un profeta en la cárcel.
En el rancho no había pecado. Era el paraíso del que las mujeres y los niños no salían jamás, una burbuja de fe en la que se cumplían los designios de Dios a través de las enseñanzas del profeta.
Así vivieron durante cuatro años los 416 niños criados por la Iglesia Fundamentalista de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, a seis kilómetros de un pequeño y polvoriento pueblo de Tejas de 2.000 habitantes.
Creían vivir lejos de Satán, de sus tentaciones y equívocos. Hasta que lo que para ellos es el diablo, el amenazante mundo exterior, llegó en la forma de una orden de registro y en compañía de un grupo de agentes de policía enviados por la Agencia de Protección de Menores.
"Desde que llegaron aquí en 2004, yo sólo he visto a dos hombres en una gasolinera. No me dirigieron la palabra. No hablan con nadie. Venían al pueblo, compraban lo que tenían que comprar y se marchaban", cuenta Charles Conn, camionero retirado de 65 años, mientras se fuma un puro en el porche de madera de la única tienda de herramientas de Eldorado. "Nunca jamás vi a una sola de sus mujeres. Les tenían prohibido salir". Lo único que los ciudadanos de Eldorado tienen claro es que, al principio, los líderes de la secta les engañaron. En marzo de 2004, un miembro de la secta identificado como David Allred dijo al sheriff del condado de Schleicher, al que pertenece Eldorado, que los ocho kilómetros cuadrados que su Iglesia acababa de comprar iban a ser "un coto de caza". "En ese momento les creímos. Y luego, de repente, comenzaron a construir los edificios. El mismo hombre que había dicho que sería un rancho de caza dijo luego que en realidad iba a ser una residencia para miembros de su secta".
Los seguidores del profeta Warren Jeffs comenzaron a llegar poco después desde otras comunidades polígamas, como las ciudades de Hildale y Colorado City, en la frontera de los Estados de Utah y Arizona. "Eran gente amistosa. O al menos los hombres, porque eran los únicos que venían a comprar algo", explica el dueño de la tienda de herramientas, Kerry Joy, de 55 años. Cada semana, dos varones entraban por la puerta, cogían lo que necesitaban y pagaban en efectivo. Sin preguntas. Sin conversaciones intrascendentes. "Gente muy correcta. No podemos decir que aquí hayan intentado abusar de nadie".
Los abusos los dejaban para las niñas a las que tenían encerradas en el rancho. Los hombres más mayores, los sabios de la secta, asustaban a las pequeñas con oscuras historias de odio y resentimiento. Afuera, más allá de las colinas, sólo estaba Satán, decían. Las niñas podían identificar al diablo por su piel roja, el color de la sangre derramada por Jesucristo, el tono que nunca se debe llevar sobre la piel, según las enseñanzas del profeta Warren Jeffs.
En sus cuatro años en Anhelo de Sión, los más pequeños pasaban el día con sus decenas de hermanos y con sus madres, vestidos como Dios se lo había pedido. Ellos, con ropas oscuras. Ellas, cubiertas totalmente por tejidos sencillos, de colores claros, dejando a la vista sólo la cabeza y las manos. Dios dijo al profeta que las mujeres debían lucir el pelo largo, y ellas cumplían con su deseo, recogiéndoselo en un moño.
En el paraíso de Sión no existían televisores, radios o periódicos. Las únicas noticias eran las que llegaban del cielo, a través de las enseñanzas de los hombres sabios, los sacerdotes. Cada día se escuchaban las grabaciones del profeta Jeffs, que repetía hasta el hastío que procrear era bueno. Y cuanto antes se hiciera, mejor. Era el deber moral de toda mujer entregarse a su marido al entrar en edad fértil. A los 15 años, una mujer estaba en la flor de su vida. Debía comenzar a tener hijos. Enlazar un embarazo con otro. Renacer en sus hijos. Los hombres debían tomar muchas mujeres, "porque no se irá al cielo si no se tiene más de una esposa".
Los habitantes del rancho disponían de todo lo necesario. Los vecinos de Eldorado cuentan cómo a lo largo de los años se construyeron edificios donde dormir. Una fábrica de quesos y yogures. Telares. Una clínica. Una escuela. Y el templo. Un gran templo blanco con cuatro torreones, de 40 metros de altura. La puerta al paraíso, llamado Sión; la garantía de que los fieles se convertirán en dioses al morir, la promesa del cielo en medio de las amarillentas colinas del oeste de Tejas.
A pesar de sus anhelos, Jeffs no ha podido disfrutar de este ambicioso proyecto de perfección fundamentalista. El profeta, de 52 años, pasa sus días en la cárcel de Kingman, en Arizona, a la espera de su segundo juicio. En septiembre de 2007 ya fue declarado culpable de dos cargos de abuso de menores, por forzar a la niña de 14 años Elissa Wall a casarse espiritualmente con su primo hermano, Allen Steed, de 19 años, y obligarla a mantener relaciones sexuales. El juez sentenció a Jeffs a dos condenas consecutivas de entre cinco años de cárcel y cadena perpetua. Como mínimo, el profeta pasará al menos otros nueve años en las sombras de su particular calvario.
En julio de 2005, el Estado de Arizona había emitido otra orden de busca y captura en su contra por haber organizado el matrimonio entre tres niñas y tres hombres mayores de edad. En abril de 2006 llegó la orden de arresto de Utah, gracias a la denuncia de Elissa Wall. Un mes después, el FBI le colocó en la lista de los 10 criminales más buscados, en lo más alto del elenco internacional de terroristas y narcotraficantes.
A finales de agosto de 2006, el dios de Warren Jeffs le traicionó: quiso que unos agentes de tráfico de Nevada le pararan en una carretera cercana a Las Vegas. El profeta, lejos de su congregación, viajaba en un Cadillac rojo, el color de sus demonios. Cuando los agentes abrieron su coche descubrieron 54.000 dólares en billetes, 16 teléfonos móviles, cuatro radiotransmisores, otros tantos ordenadores portátiles y tres pelucas. El profeta debía atenerse ahora no a las leyes de su dios, sino a las del Estado de Nevada, que le extraditó a Utah.
Pasó un año de preventiva en una cárcel de Utah curiosamente llamada El Purgatorio. Allí Jeffs intentó suicidarse, ahorcándose, el 28 de enero de 2007. Renunció a comer o beber durante días. Permanecía de rodillas durante la mayor parte del día, rezando en voz baja. Hasta el punto de que tuvo que ser trasladado a la enfermería del centro en diversas ocaSiónes con úlceras sangrantes en las rodillas. El 25 de enero, Jeffs había recibido la visita de su hermano Nephi, al que le había dicho: "No soy el profeta. Nunca lo he sido. Me han engañado los poderes de Satán. Os pido perdón".
En la lista difundida por el juzgado del condado de Schleicher hay al menos cinco mujeres adultas y 14 menores con el apellido Jeffs. Muchos de los niños aseguraron a los agentes de Protección de Menores que no sabían quién era su padre. Algunos no sabían ni cuál era su propio apellido. Según el testimonio de uno de los agentes que entraron en el rancho gracias a la orden de registro firmada por la juez Barbara Walthers, estaban aterrados. Protección de Menores habló con algunos de ellos, inspeccionó algunas viviendas y decidió que los niños debían ser llevados a un lugar seguro.
Según el acta notarial presentada por esta agencia ante el juzgado del distrito 51 de Tejas el pasado 7 de abril, "hay suficientes indicios para llegar a la concluSión de que los niños han sido víctimas de abusos sexuales en una o más ocaSiónes". Los agentes del Gobierno dijeron sin rodeos que Anhelo de Sión era un lugar en el que "las menores residentes eran forzadas a prever y aceptar actos sexuales con hombres adultos tras haber sido casadas de forma espiritual con ellos". Ése fue el calvario que vivió en sus carnes Sarah Jessop, la adolescente que tuvo la valentía de marcar el número de un centro de acogida de mujeres maltratadas el día 29 de marzo.
El centro New Bridge, de la cercana localidad de San Angelo, recibió diversas llamadas en las que una voz susurrante se identificaba como una residente del rancho Anhelo de Sión de 16 años, obligada a casarse con un hombre de unos 50 al que identificó con nombre, apellido y fecha de nacimiento. Este hombre tenía otras seis mujeres, tres de ellas en el rancho. "Tuve una hija el año pasado. Tiene ocho meses". Dependía de su marido para todo, era su sombra y su juguete. Cuando el esposo se enfadaba, la "golpeaba y hería". Le daba puñetazos en el pecho. En una ocaSión le rompió "varias costillas". La violaba sin cesar y, de nuevo, estaba embarazada, camino de su segundo hijo antes de los 17.
Volvió a llamar la noche del domingo 30, y comentó que estaba utilizando el teléfono móvil de otra persona. El profeta y sus compañeras le habían advertido de que más allá de Anhelo de Sión sólo había destrucción, "extraños que me cortarán el pelo, que me obligarán a tener sexo con muchos hombres", dijo. De repente, algo cambió. O se arrepintió de lo que estaba haciendo o alguien la descubrió. El caso es que su tono cambió radicalmente. "Soy feliz, estoy bien, no quiero meterme en problemas", dijo. Colgó entre lágrimas.
Protección de Menores recibió un informe sobre las primeras llamadas el mismo día 29 de marzo a las 23.30. Llevó una petición de registro ante la juez Barbara Walther, a cargo del juzgado del condado de Schleicher. Walther es una mujer pequeña, con una pronunciada cojera en el pie derecho y un sentido del humor socarrón. "Soy una juez de campo y quiero saber quién es mi vecino", dijo en la primera vista oral celebrada el pasado miércoles. En la tarde del 3 de abril había decidido ya emitir dos órdenes: una de registro del rancho y otra de detención de Dale Barlow, el supuesto abusador de Sarah Jessop. Estas órdenes acabarían dando paso a una investigación criminal.
Al final resultó que Barlow se encontraba en Arizona. Jessop, en una de sus llamadas telefónicas, ya había revelado que su marido estaba "en el mundo exterior" y que no sabía cuándo regresaría. Tenía otros asuntos pendientes con la justicia. "Las autoridades de Tejas han contactado con él y le han dicho que una joven le acusa de violarla. Él ha dicho que no la conoce de nada", dijo Bill Loader, un agente de superviSión de la libertad condicional de Arizona. El año pasado, Barlow fue condenado a 45 días de cárcel y tres meses de libertad condicional en este Estado por abusar de una menor.
Cuando el registro del rancho acabó en la noche del miércoles, los agentes no habían encontrado a Sarah Jessop. Y a pesar de que fue su llamada la que tiró del hilo de los abusos y el incesto, los agentes de Protección de Menores no dieron ni un paso atrás. Decidieron que había suficientes indicios para demostrar que en el rancho había habido abusos repetidos a menores de edad. "Hemos entrevistado a todos los niños, y por las informaciones que tenemos podemos confirmar que hay otras víctimas que sufrieron abusos", dijo el martes la portavoz de la agencia, Marleigh Meisner. Decidieron sacarlos del rancho urgentemente.
Los 416 niños rescatados de estos ritos macabros no conocían otra cosa más que su rancho. Para ellos, ése era el ciclo de la vida. Crecer y procrear. Lo demás era pecado y miseria. Con lágrimas en los ojos, muchos vieron llegar a los policías el jueves, miraron cómo registraban sus viviendas y no daban crédito cuando se llevaban a los primeros 18 hermanos en un autobús escolar. Rota la burbuja en la que habían vivido desde su nacimiento, todo era nuevo, amenazante.
Desconcertados, descubrieron lo que el profeta les había dicho que era el mundo de Satán ante sus ojos. Los primeros 18 menores llegaron a la primera iglesia baptista de Eldorado, y allí es donde Helen Pfluger se encontró con ellos. Esta mujer, de 59 años, de familia de granjeros, es voluntaria en su parroquia. El viernes 4 de abril acababa de organizar el banquete del funeral en honor de su vecina Doris Doty, fallecida el mismo día en que Sarah Jessop hizo su primera llamada de auxilio.
Había oído hablar de estas personas durante años. Siempre se había preguntado cómo serían los niños de la secta. Ahora los tenía enfrente. "Eran... callados. Callados y obedientes", explica esta mujer dulce y enérgica, de poca estatura. "Me impactó ese aire que tenían las niñas, como sacadas de hace dos siglos, vestidas como personajes de La casa de la pradera. Yo quería abrazarlas, decirles que todo iba a salir bien. Pero había una barrera inmensa entre nosotros".
Entre el viernes y el domingo llegarían más niños y mujeres, hasta 70. Nadie superaba los 19 años. Tres menores de edad estaban embarazadas. Helen, excelente cocinera, les preparó desayunos, comidas y cenas con la ayuda de otros voluntarios. "Les encanta el yogur. Comieron huevos, cereales y frutas", explica. Había una larga lista de alimentos que los miembros de la secta tenían prohibidos. Ni carne curada, ni pan blanco, ni café o té, ni refrescos, ni chocolate.